"Estos edificios son antisísmicos", detalla el dueño de un apartamento a la venta en una barriada habanera. La potencial compradora lo escucha incrédula mientras mira desde el balcón los otros bloques de concreto que se alzan en la zona. Lo que una vez fue un barrio proletario en el que se necesitaban méritos laborales y políticos para radicarse, ahora empieza a ser el escenario de una clase emergente.
A lo largo de todo el país, especialmente en las cabeceras provinciales, se erigen estos edificios altos construidos en las décadas de los setenta y ochenta. Los de 12 plantas son los más frecuentes, seguidos de aquellos con 18 o 14 pisos, construidos con la técnica de piezas prefabricadas. Los menos abundantes, de 26 niveles, se hicieron bajo el entonces novedoso método de moldes deslizantes.
Los llamados edificios de microbrigada han pasado a ser sinónimo de la arquitectura socialista de Europa del este trasplantada al trópico. Se llegó a proyectar que estos gigantes sustituyeran a la arquitectura tradicional, además de dar cobijo al hombre nuevo. Hoy, a pesar de su fealdad exterior, muchos de sus apartamentos son comprados por una naciente clase media que aspira a ver a Cuba "desde arriba".
Orestes Figueroa obtuvo en 1979 un apartamento de tres dormitorios que ahora quiere vender por 25.000 pesos convertibles. "Me lo gané después de haberme pasado casi siete años trabajando como albañil y me lo adjudicaron por mis méritos", cuenta con nostalgia. Ubicado en las cercanías de la avenida Rancho Boyeros, el coloso en el que se ubica la vivienda todavía se mantiene con cierta dignidad a diferencia de otros, azotados por los problemas hidráulicos, la rotura de los ascensores y el deterioro constructivo.
Los microbrigadistas de antaño sopesan hoy la posibilidad de cambiar la vivienda por dinero contante que les permita comprar algo más pequeño y contrarrestar lo bajo de sus pensiones
Ya jubilado, Figueroa nunca olvidará el momento en el que leyeron en una asamblea el número de horas de trabajo voluntario que atesoraba para obtener aquella vivienda. Era una tarde de miradas de interrogación y cuchicheos entre quienes se disputaban un techo. Su pertenencia al Partido Comunista y la participación en actividades políticas lo ayudaron a alzarse como merecedor del apartamento. Esa noche no pudo dormir de tanta felicidad.
Eran los tiempos en los que la "lealtad al proceso" funcionaba como moneda invisible con la que se podía adquirir desde electrodomésticos, el derecho a pasar las vacaciones en instalaciones turísticas, hasta la asignación de una vivienda. No obstante, el feliz propietario tuvo que pagar 6.000 pesos cubanos por su casa: el 10% del salario de 250 pesos durante 20 años.
Con la despenalización del dólar a principios de la década de los noventa y la posterior aparición del peso convertible, irrumpió una nueva forma de "selección natural", donde el dinero recuperó su valor para hacer transacciones. Sin embargo, no fue hasta finales de 2011 con la legalización de la compra y venta de viviendas que miles de apartamentos en barrios proletarios salieron al mercado.
Los microbrigadistas de antaño, como Figueroa, sopesan hoy la posibilidad de cambiar la vivienda de sus desvelos por dinero contante y sonante que les permita comprar algo más pequeño y contrarrestar lo bajo de sus pensiones. Sueñan con encontrar un nuevo rico dispuesto a pagar en efectivo, lo que una vez fue adquirido con esfuerzos laborales e ideológicos.
Estos gigantes de hormigón, que una vez fueron el símbolo de la arquitectura revolucionaria, no han recibido mantenimiento en más de tres décadas
Lizbeth forma parte del creciente sector de cubanos con acceso a la moneda convertible. Siempre ha soñado vivir en un piso alto, pero no tiene suficientes recursos para comprar una propiedad en un edificio construido "en el capitalismo". En un país que crece más en horizontal que hacia las nubes, el número de apartamentos en las alturas es limitado y no hay mucho para elegir. En 2014, se construyeron en toda la Isla apenas 25.037 viviendas, de las cuales más de la mitad por esfuerzo propio.
"No quería el reparto Alamar, al este de La Habana, porque no me gusta ese amontonamiento de edificios sin orden ni concierto", relata Lizbeth. Con familia en el extranjero y un próspero negocio de diseño de interiores, la profesional indagó en el Vedado, alrededor de los edificios construidos por microbrigadas del Ministerio de Relaciones Exteriores, el Instituto Cubano de Radio y Televisión y otras entidades estatales. Sin embargo, los precios son altos en la zona más cercana al malecón.
Su siguiente opción era la barriada de Nuevo Vedado, donde se concentran la mayoría de estas moles que se erigieron en La Habana. Inmuebles con patrocinadores tan disímiles como el Ministerio de Transporte, el de las Fuerzas Armadas y el del Interior, el Ministerio del Trabajo y la Seguridad Social o el de la Industria Básica, entre otros.
"Ese es un barrio de pinchos y comecandelas", asegura con sorna la compradora que se topó con importes que no bajaban de los 25.000 pesos convertibles. Fue en Alta Habana donde finalmente encontró algo ajustado a su bolsillo entre los edificios de la Empresa Eléctrica y el Combinado Avícola Nacional. A pesar de los prejuicios que pesan sobre las viviendas hechas por microbrigadistas inexpertos, la joven sostiene que, dada su reciente construcción, es poco probable que se derrumben o sean declarados inhabitables.
Puertas adentro, muchos moradores han invertido en rehacer baños y cocinas de lo que una vez fueron apartamentos estándar, pero la mayoría de las fachadas muestra el inexorable paso del tiempo, con los balcones desconchados, los ventanales de aluminio sin juntas y las áreas comunes sin pintura ni lámparas. En casi todos, el suministro de agua solo dura unas pocas horas al día, por lo que las terrazas y los pequeños patios interiores se han llenado de tanques.
Estos gigantes de hormigón, que una vez fueron el símbolo de la arquitectura revolucionaria, no han recibido mantenimiento en más de tres décadas y las tuberías de agua han colapsado en varios puntos, las filtraciones marcan el techo de infinidad de apartamentos, mientras los vecinos se quejan de que su flamante coloso de concreto se ha convertido en "un solar muy grande".
Los moradores iniciales, como Figueroa, se van marchando poco a poco. Mientras Lizbeth hace planes del color con el que pintará las paredes de su nueva vivienda, las luces led que colocará en la entrada y la bañadera que instalará donde antes solo había una incómoda ducha. Las precauciones antisísmicas con las que fueron construidos estos edificios altos no previeron los terremotos de la economía.
TOMADO DE: 14Ymedio
No hay comentarios:
Publicar un comentario