Armando de Armas |
He
escrito en otra parte, decía en un debate reciente, que toda historia no es más
que la historia de una degeneración. Obama es el clímax, no el inicio, que si
nos ponemos puntillosos habrá que situar en la escabechina de la revolución
francesa y, quizás antes, con la reforma protestante. Pero quizá más atrás, con
la destrucción del politeísmo y el advenimiento de la revolución que supuso el
cristianismo triunfante, quizá ahí empezaría todo.
Pero,
tampoco, empezaría antes, con la banalización de los dioses lares y el
otorgamiento de la ciudadanía romana a los bárbaros bajo el imperio por
servicios, a veces de honor como el guerrear las batallas, que los ciudadanos
romanos ya no querían realizar mientras adiposos aumentaban sus ingresos y
disfrutaban del circo bajo el apotegma incorporado de que da lo mismo los
dioses lares que un caballo.
Pero la
pérdida de las dignidades, niveles y honores que supuso la caída del imperio
romano bajo el ideal inducido de que ante los ojos de Dios es lo mismo un
esclavo que un héroe epónimo, y de que aún el Hijo de Dios podía morir en la
infamante cruz, fue un punto de no retorno hacia la degeneración presente.
Luego
las opciones políticas se limitarían siempre a escoger entre los partidos más
degenerados y los menos degenerados. Obligados a apostar por el consabido mal
menor.
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