La Habana |
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La imposición de precios topados en algunos mercados de La Habana ha provocado reacciones contradictorias en la población. Aunque alivia el bolsillo de los consumidores en medio de una escalada del costo de la vida, la medida ha venido acompañada de una razia contra los carretilleros que comercializan productos agrícolas en los barrios de la capital.
Este martes, el mercado del Ejército Juvenil del Trabajo (EJT) en la calle Tulipán, en el Nuevo Vedado, amaneció con un singular ajetreo. Después de más de dos semanas con tarimas vacías y consumidores preocupados, se pusieron a la venta una decena de productos a precios topados.
La medida se esperaba tras el experimento comenzado a principios de este mes en la provincia de Artemisa con la venta de productos agropecuarios a "un valor máximo fijado" por el Consejo de la Administración Provincial.
En La Habana los precios topados no se han extendido aún a la mayoría de los mercados gestionados por las granjas estatales o las cooperativas. "Este mercado ha sido uno de los primeros en poner a prueba el experimento", comentó un vendedor del local administrado por oficiales del EJT.
El joven, en cuya tarima estaban a la venta piñas, yucas y otros productos, parecía compungido al tener que cobrar a una clienta 2,80 CUP por una libra de guayaba. Esta misma cantidad de producto no habría bajado de los 20 CUP a finales del pasado año. "Esto no puede durar mucho, porque ocho guayabas por seis pesos no hay tierra que lo mantenga", se quejaba el empleado.
Un panorama muy diferente se desarrollaba en el céntrico mercado de Egido, gestionado por vendedores e intermediarios privados. Desde el comienzo de la semana la libra de frijoles colorados se mantiene a 16 CUP y la carne de cerdo no ha bajado de los 50 CUP desde hace meses. A pesar de los altos precios, la calidad de la mercancía atraía a decenas de compradores este martes.
“Esto no puede durar mucho, porque ocho guayabas por seis pesos no hay tierra que lo mantenga”, se quejaba un empleado del mercado
"Vamos a ver cuánto aguantan ellos", comenta Gerardo, un transportista que se dedica a acarrear mercancía desde fincas particulares en Alquízar hasta el conocido mercado. "Desde principios de año nos están haciendo la vida un yogur en la carretera", dice el hombre. Alude al recrudecimiento de los controles policiales sobre todos los camiones cargados de productos agrícolas que intenten entrar a la capital.
"Ahora tenemos que mostrar también el comprobante de que hemos comprado el combustible legalmente", se queja Gerardo, quien asegura que "con esas decisiones lo que van a hacer es disparar los precios".
A su lado, una compradora espantada por la malanga a 15 CUP la libra amenazó con irse " pa'l EJT" pero terminó comprando allí mismo. "Una máquina hasta Boyeros y Tulipán me cuesta 10 CUP. Lo que me voy a ahorrar en una cosa me lo voy a tener que gastar en otra". "De todas formas las calidades no son las mismas, aquí siempre es mejor porque el ojo del amo engorda al caballo", concluye.
La televisión ha acompañado la entrada en vigor de los precios topados con reportes que señalan a los intermediarios como los principales responsables de la subida que han experimentado los productos. En un llamamiento recién publicado del Sindicato Nacional de Trabajadores Agropecuarios y Forestales se abogó por la eliminación total de esta figura con la convicción de que así se "contribuye en la disminución de los precios".
Los habaneros se hallan en medio de una sorda pelea de precios entre el Estado y los vendedores privados en la que se ha erradicado casi por completo de su paisaje urbano un elemento que ya se había vuelto común: el carretillero. Estos improvisados timbiriches con ruedas acceden a lugares distantes de mercados agrícolas y mantienen un suministro de casa en casa.
Julia, una vecina de la calle Espada y San Lázaro, asegura que está dispuesta a pagar "al que vea hoy un carretillero en la calle". Con una madre postrada en cama, comenta que no tiene "tiempo ni dinero para ir lejos a comprar comida".
Tato, carretillero que por años ha vendido en las cercanías del parque de Infanta y San Lázaro, este martes estaba sentado en un muro sin su legendaria carretilla. "Los inspectores lo mandaron a recoger todo, la policía ya no nos deja vivir", cuenta. Asegura que sus proveedores han sufrido el decomiso de la mercancía en las carreteras de entrada a la ciudad.
El anciano está convencido de que lo que está pasando ahora es por orden de Raúl Castro. "Pero vamos a ver cuánto dura el chiste de los precios topados", dice.
Lo mismo decía con zalamería el joven empleado del EJT a una muchacha que miraba las piñas sin decidirse: "Mi niña, compra ahora, que esto no se sabe cuándo se termina. Este es el regalo del día de Reyes, pero atrasado".
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