Rolando Pujol EFE |
Ahí está. El acto de repudio de hoy. Algunos días, hay dos o tres, o uno que dura horas y horas. En La Habana. En Manzanillo. La turba escoltada por la policía gritando sus consignas. “Pa’ lo que sea, Fidel. Pa’ lo que sea”. Lo que sea puede ser cualquier cosa. Una pedrada en los cristales. Patear a un padre frente a sus hijos. Una fachada pintada con groseras ofensas. Pa’ lo que sea.
Nos hemos acostumbrado a los actos de repudio. Pinchamos cualquier portal de temas cubanos, cualquier blog, y ahí está el acto de repudio de hoy. La turba, sumida en el choteo, ahíta de su mezquindad. Ya hasta ponen los actos de repudio en los blogs de la Seguridad del Estado. Por cierto, ¡cuántos blogs de la Seguridad del Estado hay en Miami! De todo tipo: filosóficos, humorísticos, de prosa fina y prosa de palo...
La joya, la verdadera joya, son los blogs del anticastrismo light, con personal altamente capacitado. Los que combaten a los funcionarios de Aguada de Pasajeros por arruinar la última cosecha de papas pero se tragan el asesinato de Payá, las huelgas de hambre, los ametrallamientos en alta mar. Blogs y portales especializados en quitarle hierro a la noticia que pone a la dictadura contra las cuerdas. Los informantes elevados a la categoría de desinformantes.
UNA DE LAS MANIPULACIONES MÁS SÓRDIDAS DE LOS CASTRO: QUE EL TESTIGO PERDONE AL VICTIMARIO EN DETRIMENTO DE LA VÍCTIMA
Recuerdo el último acto de repudio que vi en Cuba en mayo de 1980. Los empleados del Ministerio de Educación, entonces en la calle Obispo, repudiaban a una compañera de trabajo que se iba por el Mariel. Le halaban el pelo. La escupían. La insultaban. Le tiraban huevos. Era una mulata alta y madura, vestida con ropa extranjera. La habían obligado a darle varias vueltas a la manzana. Cada vez que trataba de apurar el paso, le volvían a cerrar el camino. A empujones. A puñetazos.
En uno de los forcejeos, a la mujer se le rompió un tacón. Entonces, con inusitado aplomo, se quitó los zapatos y se sentó en la acera. Por unos minutos murmuró una indescifrable tonada y finalmente comenzó a aullar. Un aullido largo, malhumorado, de perro herido. Cuando los vecinos pudimos salir a socorrerla, pensamos que sufría un ataque de nervios. No tardamos en descubrir que se había vuelto loca.
Han pasado casi 36 años. Pero cuando me hablan de perdón y reconciliación siempre recuerdo a esa mujer. Puedo perdonar (aunque no quiero) lo que me hayan hecho a mí. Ahora, no tengo ninguna autoridad moral para perdonar lo que le hicieron a ella. Esa es una de las manipulaciones más sórdidas de los Castro: que el testigo perdone al victimario en detrimento de la víctima. Te quitan la libertad, te quitan la dignidad, te quitan la tierra y, por último, te quieren quitar tu odio. O sea, la defensa radical de tu persona.
Pues bien, ese odio contra la dictadura es lo más sano que hoy subyace en nuestra identidad nacional. Sin ese odio no nos vamos a quitar de encima a los Castro. Ni vamos a tener la fuerza espiritual para arrasar con su legado. Ni los vamos a sacar del poder ni mucho menos de la historia. De ahí que sea tiempo de revertir de una vez por todas el discurso del perdón y la reconciliación.
Para pedirle a la víctima que perdone a su verdugo, debes empezar por ponerte del lado de la acera donde caen las piedras y se reciben las patadas. Seas un cardenal, un novelista o un exiliado que aboga por el cambio. Debes reconquistar, en carne propia, tu derecho al odio.
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Tomado de: El Nuevo Herald
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