Por,
Ana Mercedes Torricella- Diario de Cubanet
Mi
vecina Nelly, cuando supo que no fui a votar y le volví a aclarar que no quiero
irme de Cuba, me dijo: “¡Ustedes, los periodistas independientes y los
disidentes se van a quedar solitos con los factores! ¡Qué va, hay que irse, no
hay más ná!”
LA
HABANA, Cuba. — El domingo 19 de abril los que votaron en las elecciones de
delegados municipales del Poder Popular lo hicieron bajo la compulsión
acostumbrada. Votaron, quiéranlo o no, para que todo siga igual y con “la misma
gente”. O sea, “esta gente”, como dicen muchos cubanos para referirse al
régimen.
A la
mayoría no le importa la votación. Sus más caros y preciados intereses son la
comida y el dinero necesario para adquirirla.
Tengo
unos vecinos que viven en una miseria de espanto. La más joven, que era muy
bella, consiguió casarse con un italiano y se mudó para Génova. Hace unos años,
cuando vino de visita a Cuba, compró regalos y les trajo euros. Pero esa
familia no usó ese dinero para comprar muebles ni arreglar la desvencijada
vivienda: lo usó para comprar un equipo de música. En la actualidad, mitigan el
hambre con música atronadora, que escuchan mientras beben ron o cualquier
alcohol barato.
A
menudo sacan las bocinas para el portal. Para que se sienta la música en todo
el barrio. Las sacan cuando es el cumpleaños de alguno de ellos, el Día de las
Madres, el fin de año o cualquier día que hay algo que celebrar. Y también
cuando hay alguna fiesta de la revolución o eso que llaman elecciones.
El
pasado domingo, ya desde antes del mediodía, mis vecinos sacaron las bocinas y
pusieron la música. Si es que a eso se le podía llamar música. Ellos fueron de
los primeros en votar. “Para salir rápido de esa mierda”, me comentaron.
Votaron por cualquiera de los candidatos. Les daba lo mismo. Después terminaron
el día con reguetón y alcohol barato.
Mis
vecinos hablan horrores de “esta gente”, dicen que no le deben agradecimiento
alguno, pero no se señalan dejando de votar y exigen cada vez que las necesitan
para algo, las certificaciones de recomendación que otorga el CDR a “los que
cumplen con las tareas de la revolución”.
La
compulsión, la extorsión y el chantaje, son los mecanismos para disponer de
membresía masiva en los CDR, la FMC, la CTC y las demás organizaciones
oficialistas que él régimen presenta como “sociedad civil”. La represión,
siempre presente, completa el cuadro de la unanimidad necesaria.
Ese fue
el panorama del domingo 19 de abril en las circunscripciones abiertas a los
comicios convocados para delegados de las asambleas municipales a lo largo de
toda Cuba.
Las
biografías de los candidatos estuvieron con los errores ortográficos de
costumbre a la vista de todos sin que a casi ninguno les interesara leerlas.
Quizás con un poco de más discreción que en otras oportunidades, los PC
(personas de confianza del partido único) indicaron por quien se debía votar.
Según
las cifras oficiales iniciales, votó el 85% de los electores inscritos. Luego
rectificaron y aumentaron un poco: 87,30%. Suponemos que el verdadero porciento
de abstención haya sido bastante más elevado. Ya el gobierno no se atreve a
hablar de más del 97 % de participación, como hacía hasta hace unos años.
Que
haya de un 13 a un 15% de abstención puede resultar normal en otros países,
pero en Cuba es bastante significativo: aquí solo dejan de ir a votar los que
están abiertamente en contra del régimen.
No
responder a la convocatoria a la votación implica pérdidas que no todos están
dispuestos a asumir. Quien trabaja para el estado patrón, omnipresente,
omnipotente y omnisciente, puede perder el empleo. Quien sea cuentapropista
puede perder su licencia. Quien viva en el limbo de la ilegalidad tolerada,
como los listeros de bolita o los vendedores de algo sustraído por alguien,
tendrá que enfrentar a la policía.
En
estos términos, lo mejor es ir temprano a votar y no buscarse problemas.
“¡Total, si todo va a seguir igual!”, es el consenso general. Nadie quiere
buscarse problemas y no acudir a las urnas es ciertamente buscarse grandes y
muy serios problemas.
Mi
vecina Nelly, cuando supo que no fui a votar y le volví a aclarar que no quiero
irme de Cuba, me dijo: “¡Ustedes, los periodistas independientes y los
disidentes se van a quedar solitos con los factores! ¡Qué va, hay que irse, no
hay más ná!”
Se
trata de una verdad desoladora. Especialmente si se trata de jóvenes. Como
Nelly. Casi ningún joven tiene planes para el futuro en Cuba. Todos aspiran a
irse. A cualquier sitio. En avión o en balsa, con pasaporte o sin él. No
quieren más compartir el aire con “esta gente” que no deja vivir. Mucho menos
traer hijos a este ambiente viciado. Entonces, Cuba languidece, envejece, se
muere de inmovilismo.
El
domingo 19 de abril se votó para que todo siga igual, lo que no solo quiere
decir mal, sino peor.
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