La nueva batalla de Raúl.
Por:Alberto Lauro.
Por:Alberto Lauro.
Raúl Castro, un hombre al que algunos defienden por su cubano y cordial sentido del humor –se disfrazó de emperatriz china en una fiesta en casa de Fausto Menocal-, amante del baile, bebedor de ron, entusiasta de las peleas de gallos, de comer en familia los domingo, por lo tanto más humano que Fidel, se enfrenta a un país donde los sindicatos son una entelequia. Con numerosos militares licenciados del Ejército o la Seguridad del Estado –o perteneciendo a ellos de manera encubierta- ha creado numerosas empresas mixtas con participación del capital extranjero. Dice en el Informe Central del IV Congreso del PCC que pretende renovar la economía en un país donde la gerontocracia dirigente es inamovible, salvo cuando van falleciendo.
A estas alturas ya se sabe que Cuba con Obama en la Casa Blanca no está a merced de ninguna invasión norteamericana, pero sí de la bancarrota y el caos. Los ampulosos desfiles militares al más rancio estilo estalinista, chino o coreano; el culto al Máximo Líder son vestigios de un comunismo obsoleto que ha desaparecido de casi todos los ex estados soviéticos. Vimos derrumbar las inmensas estatuas de Lenin y Stalin de Polonia, Ucrania, Bielorrusia… En Checoslovaquia se le guarda rencor a Fidel por apoyar la invasión soviética en la Primavera de Praga, en 1968. Y en Cuba se aferran aún a esos ídolos de infausta recordación. Nunca hicieron milagros.
El Congreso, que debió realizarse en 2002 y se celebra en 2011, diez años más tarde, no ha sido más que una de las tantas y fallidas pantomimas, estertores de un moribundo, ante un público como siempre exhaustivamente elegido y con lágrimas en los ojos al ver cómo la decadencia física y la vejez de Fidel se trasmite a toda la estructura de una nación desarticulada, sin expectativas ni garantías jurídicas algunas. Contaba Raúl Rivero en una entrevista recogida en “Gente rara” de José Luis Gutiérrez (Ed. Sial/LEER, Madrid, 2009), que el abogado defensor que le pusieron en el juicio cuando lo apresaron, acusado de “propaganda enemiga”, tenía más miedo que él y que al final del juicio dijo que “eran unos traidores a la patria” pero pedía para ellos clemencia…
La sucesión de la casta era algo obvio. Pero defenestrados los que ellos habían elegido como relevo y aspiraban que fueran sus sucesores –Carlos Aldana Escalante, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, entre otros-, acusados de corruptos, ambiciosos, oportunistas, inexpertos e inmaduros –ésos mismos que vertiginosamente fueron encumbrados por sus conductas serviles-, el futuro de Cuba es un horizonte incierto. El futuro que se les plantea, sin relevo generacional, y la vaga esperanza de encontrar quienes les reemplacen en menos de 10 años, es al menos poco probable. Por otra parte tendrán que lidiar con una oposición interna creciente y desafiante. La cantera con la que cuentan es una juventud hipócrita, o mejor dicho, astuta en el arte de mentir, ardid que de ellos mismos aprendieron, harta de política –ya no quieren oír hablar ni de Martí, tan llevado y traído-, hastiada, sin incentivos morales o materiales y, sobre todo, algo que ellos mismos provocaron, al tiempo que imponían un ateísmo feroz, sin ética. Hablaban de materialismo dialectico y ahora quieren seres espirituales, a los que les piden sacrificios y más sacrificios en nombre de una Revolución que devora a sus propios hijos como Saturno. Y los jóvenes, apáticos y escépticos, no están dispuestos a ello después de que vivieran en la experiencia de sus padres y familiares los estragos de la intimidación, el terror y la coerción.
En vez de fortalecerles, el juicio y fusilamiento del General Ochoa aceleró un proceso de desintegración general y desmoralización creciente del Estado ante los ciudadanos. De ello tampoco se salvan los integrantes de las Fuerzas Armadas, el Ministerio del Interior, la Seguridad del Estado o la Contrainteligencia.
Fidel es autocrático, temerario e insolente. Cuando te mira a los ojos, cuenta su hija Alina Fernández, es como si tú fueras invisible. Hacía bromas desagradables sobre los ancianos en la cúpula del PCUS. Dejó de hacerlas cuando Mijaíl Gorbachov, muchísimo más joven y culto que él, llegó al poder en la URSS. Ahora los muy impopulares José R. Ventura es su segundo y le sigue a la zaga Ramiro Valdés, en tercer lugar, con fama de cruel e implacable. El benjamín, novelista a ratos y amante de Los Beatles, Abel Prieto, Ministro de Cultura, ha sido suprimido de un plumazo del Buró Político y el Comité Central del PCC. Los otros integrantes de la élite de poder más anciana del mundo –de nuevo al Guinness- son un relleno del elenco para que siga representándose el mismo repertorio. Y, como bien dice Carlos Alberto Montaner, Fidel “fracasa en todo lo que planea y tiene éxito en todo lo que improvisa”. Raúl es todo lo contrario: orden es lo que pide, lo que exige. Nada podrá hacer salvo leves matizaciones mientras su hermano le supervise como al fiel pupilo que siempre ha sido. Si cede un solo centímetro en los Derechos civiles, está perdido. Sería como destapar la caja de Pandora. Está pisando en un páramo, en una tembladera con pozos ciegos. Un campo minado, imagen que más le gustará por su temple militar. Tiene que caminar con pie de plomo entre personajes del zoológico que le rodean, sin ninguna catadura moral, posesos del oportunismo más fanático o el fanatismo más oportunista.
Para el historiador cubano Rafael Rojas, según escribió en El País el pasado 21 de abril: “mientras más se retrase el cambio de legitimidad del liderazgo político, la apertura de la esfera pública y el reconocimiento de la oposición legal más difícil les será a los herederos reclamar legado alguno y más complicado les resultará, a los propios socialistas honestos, defender una opción de futuro ante los ciudadanos y el mundo”. Le recomiendo como libro de cabecera a Raúl Castro “Contra el fanatismo” de Amos Oz y “La libertad: la condición humana” de Hannah Arendt. Temo que con lo que se le avecina que no le quede tiempo ni para leer. Mucho menos para beber unos rones, oyendo a Celia Cruz y a la Sonora Matancera que tanto le gustan, y disfrutar de unas peleas de gallos, prohibidas al pueblo desde hace años. Va derecho al abismo. Y él lo sabe.
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