Por: Porf. Jose A. Arias.
Tomado de http://collagecubano.blogspot.com/
Debe ser porque mi vocación política es democrática por naturaleza y de manera genérica no la circunscribo a un sistema, ni la amparo en ningún argumento ideológico, o la vinculo a una militancia arrellanada en el tiempo y congelada en la historia. Tampoco soy demasiado joven, pero aún no me considero viejo. Peinar canas no es delito cuando se llevan con sobria y parsimoniosa razón y se sabe escuchar a los demás sin la idea de que por ser mayor se tiene siempre la razón. Desgraciadamente esos gerontes políticos que nos gastamos en diferenciadas latitudes, terminan casi siempre haciéndole la vida muy difícil a los demás.
¿Qué puede justificar que una persona permanezca gobernando, y en consecuencia decidiendo sobre la vida de sus conciudadanos, eternamente? Menos aún cuando su gestión no justifica en lo absoluto esa permanencia y se amparan en la vejez para hacerse merecedores del respeto ajeno, lo cual me parece una gran burla que no debe tener que ver en lo absoluto con el concepto de democracia de cualquier apellido, si realmente e ese término pudiera ponérsele más de uno.
La pretensión democrática se vuelve tiranía cuando los que se convierten en sus voceros se eternizan en el poder sucumbiendo a los beneficios de su usufructo. Bien decía Víctor Hugo que hay muy pocos hombres capaces de resistirse a la influencia del poder, frase que pone en boca de su personaje protagónico en la novela “Los Miserables”, Jean Valjan. Alguien recientemente, tratando de “reflexionar” hizo mención del carácter corrosivo de “las mieles del poder” y en efecto, esa especie de encantamiento que producen ha hecho del irreflexivo anciano una de sus más connotadas víctimas.
Hay también una especie de venganza y una malsana osadía entre aquellos que visualizan su papel en la historia vinculado a una especie de función mesiánica, cuando la verdadera grandeza radica en entender que la capacidad de los hombres está por encima de cualquier gestión personal. Nadie es eterno, tampoco indispensable y aún menos insustituible. Cuando los que así lo creen hayan desaparecido, la humanidad y quienes la conforman seguirán haciéndose presentes y los hombres alzaran el índice acusador para apuntar hacia quienes trataron de cancelar su gestión e ignorar su valía.
No es casual que entre otras cosas los tiranos, personificación de lo eterno y lo perfecto por mandato divino, no suelan creer en derechos humanos; ellos dan a todos la mejor oportunidad de vivir: la de permanecer en la creencia de que antes de ellos no hubo nada y después de ellos “el diluvio”, como espetó el abate Sieyes en la Convención francesa a la sombra de las polémicas entre Girondinos y Jacobinos en los años candentes de la Guillotina y la Revolución de 1789.
Ahora debemos rendir pleitesía a la gestión de un par de ancianos que se nos presentan hablando de no se sabe exactamente qué, mientras se especula sobre lo que pueden decirse y que en ningún caso y de ninguna manera debe merecer crédito. Estas personas han tenido su tiempo, inclusive históricamente, y mal que bien no lo emplearon de manera muy atinada; creo, en consecuencia, que ya el futuro no está de su parte, por lo cual pensar en la posibilidad de validar su gestión es un grave error.
Consecuentemente tengo que afirmar que, visualizar de manera reiterada y petulante a estos no muy dilectos ancianos creando espacio para su pretendida experiencia me produce una casi automática repulsión y un, al menos para mí, justificado rechazo. Lo siento, pero ninguno de estos señores tiene nada que decirme.
¿Qué puede justificar que una persona permanezca gobernando, y en consecuencia decidiendo sobre la vida de sus conciudadanos, eternamente? Menos aún cuando su gestión no justifica en lo absoluto esa permanencia y se amparan en la vejez para hacerse merecedores del respeto ajeno, lo cual me parece una gran burla que no debe tener que ver en lo absoluto con el concepto de democracia de cualquier apellido, si realmente e ese término pudiera ponérsele más de uno.
La pretensión democrática se vuelve tiranía cuando los que se convierten en sus voceros se eternizan en el poder sucumbiendo a los beneficios de su usufructo. Bien decía Víctor Hugo que hay muy pocos hombres capaces de resistirse a la influencia del poder, frase que pone en boca de su personaje protagónico en la novela “Los Miserables”, Jean Valjan. Alguien recientemente, tratando de “reflexionar” hizo mención del carácter corrosivo de “las mieles del poder” y en efecto, esa especie de encantamiento que producen ha hecho del irreflexivo anciano una de sus más connotadas víctimas.
Hay también una especie de venganza y una malsana osadía entre aquellos que visualizan su papel en la historia vinculado a una especie de función mesiánica, cuando la verdadera grandeza radica en entender que la capacidad de los hombres está por encima de cualquier gestión personal. Nadie es eterno, tampoco indispensable y aún menos insustituible. Cuando los que así lo creen hayan desaparecido, la humanidad y quienes la conforman seguirán haciéndose presentes y los hombres alzaran el índice acusador para apuntar hacia quienes trataron de cancelar su gestión e ignorar su valía.
No es casual que entre otras cosas los tiranos, personificación de lo eterno y lo perfecto por mandato divino, no suelan creer en derechos humanos; ellos dan a todos la mejor oportunidad de vivir: la de permanecer en la creencia de que antes de ellos no hubo nada y después de ellos “el diluvio”, como espetó el abate Sieyes en la Convención francesa a la sombra de las polémicas entre Girondinos y Jacobinos en los años candentes de la Guillotina y la Revolución de 1789.
Ahora debemos rendir pleitesía a la gestión de un par de ancianos que se nos presentan hablando de no se sabe exactamente qué, mientras se especula sobre lo que pueden decirse y que en ningún caso y de ninguna manera debe merecer crédito. Estas personas han tenido su tiempo, inclusive históricamente, y mal que bien no lo emplearon de manera muy atinada; creo, en consecuencia, que ya el futuro no está de su parte, por lo cual pensar en la posibilidad de validar su gestión es un grave error.
Consecuentemente tengo que afirmar que, visualizar de manera reiterada y petulante a estos no muy dilectos ancianos creando espacio para su pretendida experiencia me produce una casi automática repulsión y un, al menos para mí, justificado rechazo. Lo siento, pero ninguno de estos señores tiene nada que decirme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario