Por,
Miriam Celaya
Se
acaba de dar a conocer un nuevo plan que acabará con el hambre en Cuba.
Auspiciado por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de
Naciones Unidas (ONU) y con un monto de 18 millones de dólares, se desarrollará
entre 2015 y 2018 en siete de las 15 provincias del país –Pinar del Río,
Matanzas, Las Tunas, Holguín, Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo–, prestando
especial atención a mujeres embarazadas, mayores de 65 años y niños.
El
programa trabaja con fondos donados por varios países, fundamentalmente por
Estados Unidos y la Unión Europea, y en el caso cubano colaborará con las
autoridades para reforzar y hacer más sostenible y efectivo el sistema de
protección social ya existente.
Para
esos fines, brindará asistencia alimentaria y otras relacionadas con los
comedores de escuelas primarias y centros de salud, e igualmente desarrollará
un plan de prevención y control de la anemia para niños de hasta dos años,
mujeres gestantes y madres lactantes. Este prevé la entrega de micronutrientes en
polvos y un alimento fortificado con base de arroz. Por otra parte, la
logística incluye la capacitación y equipamiento para los productores y el
personal de las instituciones estatales vinculadas a la gestión de alimentos.
La
información puede resultar halagüeña para muchos, en especial cuando el país
está atravesando una severa sequía que afecta prácticamente a todo el
territorio nacional, y después de haber quedado demostrado el fracaso del
experimento agrícola raulista de cooperativas y productores individuales
(arrendatarios), que transcurrido más de un quinquenio no ha sido capaz de
satisfacer la demanda de alimentos de la población.
Esta
nueva donación para paliar el efecto y no la causa, trae a la memoria otros
planes de producción milagrosos promovidos desde el voluntarismo gubernamental
Sin
embargo, dejando a un lado lo controversial que resulta la aplicación de un
programa de “lucha contra el hambre” en un país donde supuestamente se eliminó
ese mal hace 56 años, donde el discurso oficial sostiene que nadie está
desamparado y existe una cartilla que garantiza una canasta básica para cada
cubano, esta nueva donación para paliar el efecto (la escasez y penurias
alimentarias) y no la causa (un poder político fracasado que impuso un sistema
económico centralizado, ineficaz y obsoleto), trae a la memoria otros planes de
producción milagrosos promovidos desde el voluntarismo gubernamental y
numerosas donaciones de países y organizaciones solidarias que antecedieron a
la que ahora nos ocupa, sin que se haya superado jamás el estado de necesidad
–casi calamidad– alimentaria que ha venido sufriendo la población cubana por
décadas.
Un
recuento incompleto de los macro-proyectos nacionales acometidos para el
desarrollo y autosuficiencia en la producción de alimentos incluye espejismos
tales como el Cordón de La Habana, que garantizaría la producción de café en
los alrededores de la capital; los planes genéticos Rosafé y Niña Bonita, que
multiplicarían exponencialmente la masa ganadera, con la subsiguiente producción
de carne, leche y sus derivados; las millonarias zafras azucareras; los planes
citrícolas en la provincia de Matanzas y en el municipio especial Isla de la
Juventud; los planes arroceros en las extensas sabanas del sur de Camagüey; las
cooperativas estatales para la producción de viandas y hortalizas en las
actuales provincias de Artemisa y Mayabeque; las cooperativas pesqueras; las
granjas avícolas, y otros que tuvieron una existencia efímera y jamás
produjeron lo suficiente como para permitirnos prescindir de la cartilla de
racionamiento.
Por su
parte, las donaciones de disímiles alimentos recibidas a lo largo de estos años
de carencias resultan incalculables. Baste citar las más conspicuas, como lo
fueron en los años 70 algunos productos exóticos, entre ellos unos potes
plásticos de manteca animal procedentes de Libia, generosamente donados por un
joven Muamar el Gadafi tras llegar al poder, revolución mediante, y
nacionalizar las empresas privadas. Esos potes fueron distribuidos en La Habana
a razón de uno por núcleo familiar.
También
son conocidas las donaciones de arroz vietnamita de baja calidad, que arriban a
los puertos por toneladas de vez en vez desde los años 90, y que casi siempre
se utilizan para cubrir la distribución asignada por la cartilla.
La
alimentación de los que asistían a trabajar en los programas priorizados de
defensa procedía de las donaciones, que nunca llegaron a las escuelas primarias
ni a los hospitales y círculos infantiles
Esto,
para no recordar los detalles del fabuloso Plan Alimentario, fruto de los
delirios del expresidente Fidel Castro, que en plena crisis económica, tras la
desaparición del bloque socialista de Europa, estaba destinado a convertir los
campos arrasados en vergeles que llenarían las mesas de las hambreadas familias
cubanas.
Para
ello fueron movilizados decenas de miles de trabajadores, mientras otros tantos
eran destinados a la construcción de los “túneles populares”. Porque era
inminente un ataque del imperialismo –ese que ahora es un aliado imprescindible–
e íbamos a librar “la guerra de todo el pueblo” para defender con nuestros
raquíticos brazos a la misma Revolución que nos había convertido en un pueblo
de limosneros.
De
hecho, la alimentación de los que asistían a trabajar en los programas priorizados
de defensa procedía de las donaciones, que nunca llegaron a las escuelas
primarias ni a los hospitales y círculos infantiles. Miles de cubanos iban a
cavar los túneles de la fantasía de Castro para garantizar la comida del día.
Otras
donaciones de alimentos de disímiles envergaduras, o de productos destinados a
apoyar la industria alimentaria han arribado a la Isla por aire y mar: desde
leche en polvo, carne y pescado en conservas, harina de trigo, harina de maíz,
aceites y frijoles, hasta abonos y plaguicidas. Pero las carencias, con sus
secuelas de neuritis, malnutrición y desnutrición, se mantienen pertinaces
entre los cubanos como si de una epidemia endémica se tratase.
Miles
de cubanos iban a cavar los túneles de la fantasía de Castro para garantizar la
comida del día
Basados
en la experiencia de décadas, no existen razones para creer que esta vez vaya a
ocurrir algún milagro y el PMA logre impulsar la gestión alimentaria en Cuba.
Al menos no de manera permanente. Una vez que hayan transcurrido los tres años
de implementación del programa y se haya gastado hasta el último centavo de
estos 18 millones de dólares, los cubanos seguirán tan pobres y hambreados como
hasta ahora. Porque la raíz del hambre y de las necesidades de este país se
encuentran en el monopolio que el Estado-Partido-Gobierno ejerce sobre la
economía, incluyendo la propiedad y el control de la producción de alimentos y
su comercialización.
Mientras
el país no se abra a la economía de mercado, previo restablecimiento de la
propiedad privada sobre la tierra, el hambre ocupará un sitio de privilegio en
las mesas cubanas. Este es un principio que rige desde los orígenes mismos de
las sociedades complejas, y no habrá limosna alguna, ni de instituciones
internacionales ni de fundaciones o gobiernos solidarios, capaces de solucionar
el problema.
La
única riqueza de Cuba estriba en la capacidad y el talento de los cubanos.
Terminen las donaciones, libérese a los esclavos, estimúlese el trabajo basado
en los derechos, y Cuba dejará de ser un pueblo de mendigos para recuperar la
prosperidad que le fue arrebatada más de medio siglo atrás.x
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