España
será otro brutal fracaso si Pablo Iglesias llega a la casa de gobierno. Será la
hora de los monstrous
MIAMI,
Florida -Las preguntas son muy incómodas. ¿Por qué las sociedades eligen
gobernantes antisistema que las conducen al despeñadero? ¿Por qué los
venezolanos votaron a Hugo Chávez a fines de 1998, los griegos acaban de
hacerlo con Alexis Tsipras y es posible que los españoles repitan esa forma de
suicidio cívico dentro de unos meses dándole la mayoría de sus votos a Pablo
Iglesias, un neocomunista simpatizante del chavismo, como lo calificó, muy
orgulloso, Diosdado Cabello, presidente del Congreso en Venezuela y el poder
tras el delirante trono de Nicolás Maduro, ese ornitólogo y médium, experto en
la comunicación con los pájaros y los muertos?
La
clave está en la fragilidad de las democracias liberales, un débil diseño
institucional surgido a fines del siglo XVIII para ponerle fin al “antiguo
régimen”. Una forma de gobierno basada en la combinación de libertades
políticas y económica, que exige el inexorable cumplimiento de los principios
en los que se sustenta y proclama para poder prevalecer. El consenso general
define estos diez principios:
Todas
las personas, y muy especialmente quienes participan del poder, tienen que
colocarse bajo la autoridad de la ley y no puede existir impunidad para los
violadores de las normas.
Es
indispensable la transparencia total en los actos de gobierno y la rendición de
cuentas periódicas y obligatorias.
La
Constitución existe para proteger los derechos de los individuos, incluso y
especialmente de la voluntad de las mayorías.
El
Estado posee el monopolio de la violencia por libre delegación de la sociedad
que regulará y vigilará el uso de esta delicada facultad por medio de quienes
administran la justicia.
La
justicia (y la solución de los conflictos) tiene que ser absolutamente
independiente, razonablemente eficiente, rápida y ajustada a Derecho.
La
actitud y el comportamiento de los funcionarios, tanto de los elegidos como de
los contratados, deben estar teñidos por el espíritu de servicio público. Los
funcionarios forman parte de la administración del Estado para servir a la
sociedad dentro de las reglas. No están ahí para mandar, sino para obedecer a
quienes les pagan sus salarios por medio de los impuestos.
El
método de cooptación y reclutamiento en la esfera pública es la meritocracia y
no la arbitrariedad partidista ni el clientelismo.
Las
personas deben percibir que tienen una posibilidad razonable de “buscar la
felicidad”, siempre y cuando actúen dentro de las reglas. No se define esa
fórmula vaga porque la felicidad o el sentido del éxito personal varían
notablemente.
Es
vital que los individuos perciban que si estudian, trabajan, se esfuerzan y
cumplen las reglas, sus formas de vida mejorarán paulatinamente. Nada concede
más estabilidad a una sociedad que la esperanza en un futuro mejor.
Una
democracia liberal no puede darles la espalda a los ciudadanos que padecen
serias desventajas. La cohesión social aumenta cuando está presente la
solidaridad.
Cuando
uno o más de estos principios comienzan a ser ignorados y esa hipócrita
transgresión coincide con una crisis económica severa, ante los ojos de muchas
personas, poco a poco, se devalúa la forma de relación entre sociedad y Estado
conocida como democracia liberal. Es en ese punto cuando proliferan los
“indignados” y los antisistema.
Es el
momento en que los electores, muchas veces desesperados, comienzan a corear
insensateces (“¡que se vayan todos!”), o les entregan a los nuevos mandamases
la facultad de decidir por ellos, como hicieron innumerables cubanos en los
primeros años de la revolución gritando la consigna “si Fidel es comunista, que
me pongan en la lista”.
La otra
pregunta inevitable es por qué no enterrar las democracias liberales si no han
dado los frutos que de ellas se esperaban. Muy sencillo: porque sabemos que,
cuando se cumplen los principios, esas sociedades se desarrollan y funcionan
envidiablemente. Es lo que sucede en los veinte países más prósperos y felices
del planeta, a donde quieren emigrar los desgraciados de todas partes. Lo que
se impone es la corrección del sistema, no su demolición.
También
sabemos que los antisistema –comunistas, fascistas, neopopulistas, dictaduras
militares de derecha—suelen agravar todos los problemas que supuestamente
pretenden solucionar. Venezuela es un clarísimo ejemplo de lo que sucede cuando
se le abre la puerta a esta fauna destructiva. España será otro brutal fracaso
si el señor Iglesias llega a la casa de gobierno. Será la hora de los
monstruos.
Tomado de: Cubanet.
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